En la historia del rock, The Doors es sinónimo de provocación, psicodelia y poesía oscura. Sin embargo, incluso dentro de ese universo transgresor, Jim Morrison supo establecer límites. Uno de los más curiosos surgió durante la grabación de The Soft Parade (1969), cuando el vocalista se negó a interpretar una canción titulada originalmente Hit Me. ¿La razón? No quería que su propia lírica lo pusiera en peligro físico.
La canción fue escrita por Robby Krieger, guitarrista de la banda, quien pensó que repetir “Come on, hit me, babe” como estribillo sería impactante y pegajoso. Pero para Morrison, esa línea era una invitación malinterpretada. Según relató Ray Manzarek, tecladista de The Doors, el cantante dijo en tono serio: “Robby, la gente va a pensar que literalmente quiero que me golpeen. Me van a buscar en la calle”.
Jim Morrison se negó a cantar la letra original de una canción de The Doors por temor a la reacción del público

Morrison no solía ceder en temas creativos, pero en este caso, pidió cambiar la frase a una versión más sensual: “Touch Me”. Así nació uno de los mayores éxitos de la banda, con una energía completamente distinta. La nueva letra conservaba la intensidad, pero ahora se trataba de conexión física, deseo y vulnerabilidad, en lugar de confrontación.
Este episodio dejó en claro que Jim Morrison entendía el impacto que tenía su figura frente al público. Si bien se mostraba como un provocador nato, no era irresponsable con lo que transmitía. Su cambio no fue una censura, sino un acto consciente de comunicación artística. Y ese gesto, más que restarle rebeldía, lo elevó aún más como ícono cultural.

Touch Me terminó convirtiéndose en una joya sonora, con un arreglo de cuerdas sorprendente y un solo de saxofón inolvidable de Curtis Amy. La canción alcanzó el número 3 en el Billboard Hot 100 y se mantiene como uno de los temas más reproducidos de la banda en plataformas digitales, demostrando que a veces, cambiar una palabra puede cambiar la historia.
Más de 50 años después, Touch Me no solo sobrevive como un clásico de The Doors, sino también como una lección de sensibilidad artística. Morrison eligió el contacto por encima del golpe, el erotismo sobre la violencia, y le regaló al mundo uno de los momentos más memorables de la psicodelia sesentera.